El fin de los Hooligans: consideraciones sobre el tratamiento de la violencia en los estadios ingleses

Inglaterra es un país que se enorgullece de dos descubrimientos: el del fútbol como deporte y el de la solución al problema de la violencia en los estadios.

Existe un consenso global en torno a la certeza de esas dos invenciones, y así como nadie duda de que en Gran Bretaña se gestó el embrión del juego que actualmente conocemos como fútbol, tampoco parece haber dudas a la hora de señalar el éxito en las medidas que los ingleses implementaron para desterrar de sus estadios el fenómeno de la violencia (en lo que, para ser justos, también fueron precursores). Sin embargo, es preciso observar hoy, años después de su puesta en práctica, las consecuencias que esas medidas conllevaron al fútbol entendido como fenómeno popular, para poner en cuestión la real efectividad del modelo inglés de control de la violencia.

La idea de que Inglaterra ha sido el primer y casi único país en poder resolver satisfactoriamente el problema de la violencia dentro de los estadios de fútbol se halla presente en el imaginario de todos los actores, a nivel global, que desde diferentes ángulos se ocupan del fenómeno, ya se trate de periodistas, funcionarios o dirigentes. Tan fuerte es la creencia de que esto realmente es así, que Inglaterra se ha convertido en el lugar de peregrinaje de los funcionarios encargados de la seguridad deportiva de todo el mundo que se encuentran con un problema y no saben cómo solucionarlo. Lo que se les ocurre entonces es mirar a quienes sí supieron apagar el incendio a tiempo, y entonces allí van, a entrevistarse con sus colegas británicos y a estudiar la batería de medidas de control que éstos pusieron en práctica para acabar con el problema de los hooligans.

Estas excursiones de consulta son en ocasiones fructíferas, pero se revelan un arma de doble filo en cuanto su objetivo es copiar idénticamente las medidas utilizadas y extrapolarlas geográfica y culturalmente a los estadios vernáculos.

Decimos “de doble filo” porque son dos las dimensiones del llamado “modelo inglés” que intentaremos poner en cuestión aquí:

  • Por un lado la tentación local de aplicar irreflexivamente las medidas preestablecidas, útiles sí a la realidad inglesa, pero de resultado incierto en el contexto argentino.
  • Y por otro lado, la orientación que tiñe a ese modelo, que es inequívocamente una progresiva mercantilización del fútbol cuyo objetivo máximo es convertir al hincha en un mero consumidor.

El Informe Taylor y sus consecuencias

El fútbol inglés es escenario, durante la década de 1980, de dos tragedias de enorme magnitud que dejan como saldo centenares de muertos y la evidencia de que es necesaria la acción del Estado para frenar la violencia vinculada al fútbol. De allí surge el famoso Informe Taylor, que hace hincapié principalmente en dos aspectos: la mejora de las condiciones de aforo en los estadios y la necesidad de un control mucho más intensivo, a todo nivel, de las personas asistentes a los estadios.

A partir de los años 90`, en Inglaterra se pone en marcha un proceso de transformación cuyos resultados son visibles al día de hoy. Los modos de asistir a un estadio de fútbol cambian por completo, siendo poco comparable la experiencia de un hincha londinense que concurría hace 20 años a ver al Arsenal al viejo estadio de Highbury al que hoy asiste a un match del mismo equipo en el hipermoderno Emirates Stadium. Las razones de ese cambio tienen su origen en las medidas derivadas del informe Taylor, que al modificar la fisonomía de los estadios y los modos de comportamiento aceptados de los hinchas transformaron los ritos propios de la cultura tradicional del fútbol británico en una experiencia cada vez más controlada y menos popular.

Los cambios más relevantes que se producen al nivel de la seguridad en los estadios a partir de los años noventa son:

  • La supresión de los alambrados que rodean al campo de juego.
  • La obligatoriedad de que todo el público asistente se encuentre sentado.
  • Una mejora en los accesos que permita la evacuación rápida en caso de ser necesario (con las salidas claramente identificadas y visibles).
  • El reemplazo de los agentes pertenecientes a la policía por los llamados “stewards”, civiles capacitados para organizar grandes grupos y mediar en caso de ser necesario, sin el perfil represivo que caracteriza a los agentes policiales.
  • La prohibición de vender tickets en los estadios en el día de partido, y la priorización de la venta de abonos por la temporada completa.
  • La instalación de cámaras de video que registren lo que sucede en las tribunas.
  • La aplicación del derecho de admisión en los estadios y la confección de un “registro de hinchas” que recoge información del público que asiste al fútbol.

A partir de la implementación de esta batería de medidas se logra en gran parte reducir la conflictividad de los espectáculos futbolísticos. Sin embargo, la exacerbación de las medidas de control trajo a los estadios consecuencias directas sobre la forma de vivir el fútbol, que cambiaron radicalmente la fisonomía de las hinchadas inglesas.

Del paravalanchas a la boutique

Los estadios ingleses poseen ubicaciones cinco veces más caras que en el resto de Europa, tribunas “familiares” a las que los hombres solos no pueden concurrir, y una múltiple oferta de boutiques donde comprar los productos del equipo. El vector que hace posible esta transformación es una idea simple: el fútbol se ha convertido en un gran negocio, y como en todo negocio, sólo podrán participar de él quienes tengan los medios económicos para hacerlo. De allí que los clubes aprovecharán la obligación de mejorar las condiciones de sus instalaciones (que el Estado les impone), para atraer a los “buenos espectadores” (que el mercado les ofrece).

En los clubes existe una tentativa para favorecer ciertas formas de comportamiento entre los hinchas, orientada a que éstos se vean como consumidores que expresen el amor a su club según el dinero que invierten en merchandising del club. Para ayudarlos un poco, los estadios están dotados de verdaderas galerías comerciales. De hecho, las ganancias comerciales (fuera de los derechos de TV y las entradas) anuales del campeonato inglés pasaron de 250 a 500 millones de euros entre 1996 y 2004.

El espectador-consumidor hace mansamente aquello que le dicen que haga y eso conlleva repercusiones negativas para el clima dentro de los estadios y para la cultura popular del fútbol, debilitando las comunidades y reduciendo las oportunidades de una invención cultural durante los partidos, por ejemplo en lo que tiene que ver con la creación de nuevos cánticos o mismo en el hecho de cantar durante el juego.

Sin embargo, la consecuencia más visible que trajo este proceso es la transformación del perfil de hincha que asiste al estadio: las clases obreras y populares, hasta allí el público tradicional de los estadios ingleses, deben dejar su sitio en las gradas a un público proveniente de sectores medios y altos, que son los únicos capaces de costear los precios exorbitantes que cuestan las entradas.

La combinación de precios altos, abonos con ubicaciones fijas, individualización de los hinchas y sanciones frente a malos comportamientos, acabó con el ritual tradicional que los fanáticos desplegaban en los estadios. Los precios elevados hacen prohibitivo el acceso a los sectores populares, y aquellos hinchas que esforzándose pueden costearse un abono, se cuidan de cometer alguna falta que les arruine la inversión, bajo la amenaza de ser suspendidos del estadio. Asimismo, las plazas numeradas que obligan a permanecer sentado al espectador, individualizan el acto de alentar y enfrían el clima festivo propio de las manifestaciones colectivas.

Siguiendo esa misma lógica, los asientos previamente asignados dan por tierra con la posibilidad de que un grupo de hinchas pueda concurrir al estadio en conjunto y se agrupe en la tribuna, como antiguamente sucedía, desmontando un ritual propio del folklore del hincha inglés: el de reunirse en  un pub y luego ir al estadio en grupo.

Esta situación constituye un cambio radical en la cultura futbolística británica, convirtiendo la experiencia pasional de alentar a un equipo en una rutina controlada y estandarizada. Con las nuevas medidas de control, los estadios ingleses se han adormecido y han dejado de crear lazos sociales. Ahora, para encontrar el verdadero clima de la pasión futbolística es necesario visitar los pubs donde se nuclear los hinchas desplazados de los estadios. Allí, lejos de las cámaras de vigilancia y del control individualizado, es donde pueden desplegar el fervor por su equipo y poner de manifiesto las pasiones que el fútbol genera.

Para recuperar el clima, son los clubes quienes preparan los cánticos y empujan a los hinchas a los “singing ends”, promoviendo el canto a través de los altoparlantes del estadio. Aquellos que creen todavía en un verdadero aliento colectivo pero se niegan a ser catalogados de hooligans se refugian en la redacción y la lectura de fanzines o en la inversión  en asociaciones independientes que defienden los derechos de los hinchas.

De todas maneras, si bien los estadios de la Premier League han sido largamente pacificados, los 3462 arrestos ligados al fútbol en 2005-2006 dejan ver que los incidentes son todavía frecuentes o que, si la violencia está realmente en baja, existen muchísimos arrestos abusivos. Por otra parte, el problema ha sido desplazado geográficamente hacia zonas cada vez más alejadas de los estadios donde la video vigilancia y las cámaras de televisión no llegan.

Lo que se observa entonces es un cambio profundo en la forma de vivir el espectáculo del fútbol, producido como consecuencia de las medidas implementadas a fin de terminar con la violencia en los estadios. Si bien es cierto que en parte el objetivo se ha logrado, los dispositivos de control han extendido su influencia más allá de la seguridad de los espectadores, transformando radicalmente los modos de vivir el fútbol que hasta entonces se conocían.

Los peligros de la importación

En Argentina, la tentación de aplicar los lineamientos del modelo inglés ya se ha hecho presente en numerosas propuestas de parte de los funcionarios encargados de la seguridad deportiva. Algunas medidas ya han sido incorporadas a los estadios locales, como la instalación de cámaras de vigilancia, y otras se encuentran en discusión actualmente, como la aplicación del derecho de admisión.

El hecho de importar para nuestro país medidas que en otras latitudes han sido relativamente exitosas impone una doble pregunta: por un lado, si las mismas pueden llegar a afectar negativamente la idiosincrasia futbolística nacional (como sí sucedió en Inglaterra), y por otro lado, si esas medidas son plausibles de adoptar en el marco de un tipo de organización social, política y cultural muy diferente al de su lugar de creación.

Por eso, la misión de los encargados de la seguridad deportiva no debería reducirse a la aplicación de medidas aleatorias importadas de otras realidades, sino a pensar vías de solución de los conflictos que tengan en cuenta al hincha argentino que cotidianamente asiste al estadio. Es fundamental proteger el patrimonio cultural del fútbol ante el avance de los dispositivos de control que sólo apuntan a militarizar los estadios y a expulsar a los hinchas, porque en Argentina la pasión no es un espectáculo que se ve en la televisión, sino una rutina que cada fin de semana los hinchas despliegan en cada cancha del país.

 

Por Diego Murzi