“Futbol y violencia ¿Hasta cuándo?”

 

Salvemos Al Fútbol les acerca la reseña del libro  “Futbol y violencia ¿Hasta cuándo?”, del autor Carlos Prigollini, realizada por el Licenciado Federico Czesli, colaborador de SAF. Fue publicada en la Revista Gestión y Política Pública, Número Temático Políticas Públicas del Deporte, (Segura & Hollanda, eds), CIDE, México, en noviembre 2015.

 

Por Federico Czesli

El trabajo que aquí se reseña se presenta como una compilación de ensayos con fines de divulgación enfocado en la problemática de la violencia en el fútbol. En sus ocho capítulos -más introducción a cargo del compilador y epílogo del poeta uruguayo Saúl Ibargoyen- el libro incluye cinco ensayos más una entrevista con César Luis Menotti -técnico de la selección argentina que se consagró campeona en 1978- y otra con Mónica Nizzardo, fundadora de la Asociación Civil argentina Salvemos al Fútbol[1]. Asimismo, el capítulo 6 -denominado “Reflexiones y algo más”- consiste en una recopilación de frases de múltiples autores que van desde figuras del fútbol como Jorge Valdano o Adolfo Pedernera hasta escritores como Carlos Monsiváis o Eduardo Galeano.

 

Aún cuando buena parte de los autores seleccionados poseen trayectoria académica, se anticipa que en este caso opinan, de modo que los trabajos alternan entre una narrativa académica y una ensayística. El texto también propone una imagen del fútbol asociada a la poesía, al arte y la cultura popular, una imagen que quizás encuentra su mayor exponente en las “Reflexiones” y en la entrevista con Menotti, quien a modo de ejemplo no duda en afirmar que la violencia es producto de un proceso de “desculturización”, término que asocia a la pérdida de “la cultura de café” (pp139). De esta concepción se desglosa también una mirada idealista del fútbol en términos de “lo que debería ser”, que consiste -en términos de Prigollini- en “una auténtica y pasional fiesta popular” (p15).

Con la propuesta clara, y dado que el objetivo expreso del libro consiste en generar aportes respecto de la violencia en el fútbol, en esta reseña propongo una lectura con dos ejes: los diagnósticos que realizan los autores y los caminos que sugieren tomar para elaborar políticas que tiendan a desarticularla.

Escrito por Oscar Barnade, el capítulo 1 está dedicado a una historia de acontecimientos violentos desde los inicios del fútbol en Argentina. Su diagnóstico parte del análisis del psicólogo Jorge Garzarelli de la Universidad de El Salvador, quien apunta que la violencia es producto del fanatismo como forma de expresión de deseos, frustraciones o esperanzas fallidas y de la “agresividad innata en todas las especies animales” (p21), algo que se potenciaría en el evento deportivo profesional. Si se tratara de aspectos irracionales sería entendible e inevitable que, como el mismo Barnade indica, se trate de una problemática que “nunca ha tenido solución” (p22), sencillamente porque implicaría aspectos esenciales de lo humano. Podemos preguntarnos, sin embargo, por qué no todos los individuos ligados al fútbol se conducen de igual manera, si a lo largo de los cien años de hechos violentos que describe las motivaciones fueron las mismas o por qué se produjo un incremento de la violencia desde la década del noventa, cuando “explota el fútbol como negocio planetario” (p34).

Respecto de las propuestas para resolverla, como su concepción postula, la idea de que hay algunos sujetos “violentos” y una “sociedad madura”, sugiere “decisión política”, operativos de seguridad con eficiencia y una mejora en la infraestructura en los estadios para reducir la “violencia innata” a su mínima expresión. Desde esta perspectiva, habría que preguntarse, también, por qué algunos nacen con violencia y otros no, y si la respuesta corresponde a las ciencias sociales, a la psicología o, por qué no, a la biología.

El capítulo 2 lleva la firma de Fernando Segura M. Trejo y Sergio Levinsky, quienes comienzan su ensayo planteando la necesidad de efectuar diagnósticos serios que procuren generar herramientas para contener el fenómeno, y especifican que dicho diagnóstico implica “entender el funcionamiento y las lógicas de los actores en juego”, poniendo el foco en las “barras”, en su complejidad y también en las relaciones de connivencia e intercambio de servicios que establecen con actores de la esfera política. Su análisis incorpora una conceptualización de la virilidad presente en estos grupos -que se asociaría a la constitución de una identidad personal y colectiva-, de la mercantilización de sus actividades, y también el de la difusión que han adquirido a través de los medios de comunicación trasnacionales. Entre sus propuestas, se destaca la creación de un Observatorio que incorpore actores de las Ciencias Sociales para promover herramientas y generar políticas públicas, y que estas estén a su vez “respaldadas por instituciones estatales que ayuden en la búsqueda de soluciones” (p.48). Finalmente, consideran necesaria la creación de una entidad pública dedicada a la investigación sistemática y la generación de estadísticas; una Policía formada para prevenir y un periodismo colegiado y universitario.

José Miguel Candia inicia el tercer capítulo con una crítica a las dos explicaciones tradicionales de la violencia: la que indica que se trata de un fenómeno localizado en segmentos minoritarios del público con una conducta anómica (ante la cual la respuesta sería policial) y aquella que expresa elementos tan amplios como que se trata de un “tema social”, el descuido de la educación en el seno familiar, “la crisis de las instituciones” o “la pobreza y la falta de oportunidades” (p.59). Desde su punto de vista, el análisis debe abordar dos espacios de reflexión: “comprender el inevitable caldo de cultivo que se genera en ámbitos de asistencia masiva de público y de fuerte identificación con las divisas deportivas enfrentadas”, sobre todo en un contexto social que carece de espacios de pertenencia, de referentes culturales o políticos a través de los cuales puedan manifestarse; y estudiar “la tolerancia cómplice de directivos, patrocinadores y medios de comunicación que procuran por la vía del otorgamiento de prebendas y favores, manejar a los grupos más activos y beligerantes de las hinchadas” (p.60). Sin este abordaje y sin incorporar a la clase política y a las instituciones policiales al análisis, para Candia el fenómeno no tiene salida porque reduce las alternativas a exigir mayor control policial y penas más duras.

En el capítulo siguiente, Sergio Castillo Olivares realiza una consideración del caso mexicano a partir de elementos que surgen del fenómeno en Argentina. Parte -en oposición a la postura de Candia- de la premisa de que la violencia está ligada a grupos delincuenciales donde los jóvenes “se permiten obtener ganancias sin un aparente esfuerzo mayúsculo, es decir, dinero fácil a cambio de evitar trabajar, o pasar por una universidad”, idea que a posteriori el autor refuerza cuando sostiene que “la educación y los valores aprendidos en el hogar [juegan] un papel muy importante que diferencia al sujeto no violento, del que sí lo es” (p70) y “sujetos carentes de valores elementales de educación y respeto por el contrario…” (p71). Esta perspectiva aparentemente simplista y enfocada sobre las hinchadas es complejizada cuando las asocia a una subcultura mediante la cual los actores adoptan un sentido de pertenencia y menciona las ambiciones económicas de muchos directivos, patrocinadores y medios (aunque no menciona si esta también es producto de la mala orientación y de la carencia de valores aprendidos en el hogar) que han convertido al fútbol en un negocio a través de la organización de relaciones clientelares. Además, incorpora a la Policía, que “juega un papel altamente provocativo durante los encuentros” y también están integradas en las relaciones clientelares. Entre sus propuestas se incluye mejorar la educación en el país, porque de esa manera un ciudadano “sabría entender mejor los valores meramente deportivos de esta disciplina y defendería el sentido estrictamente lúdico, por encima del comercial”, algo que percibe en “grupos ultras con ideología política” de algunas ligas europeas. Mediante este proceso, cambiaría el paradigma que hace del ser aficionado “sinónimo de ignorancia” y obligaría a los sectores dirigenciales a terminar con la corrupción. En relación a los medios de comunicación propone la incorporación de analistas críticos pero imparciales para cortar con la retórica sensacionalista, y finalmente -aunque se hace difícil discernir si es una propuesta sarcástica- sugiere construir estadios más pequeños, con más anuncios publicitarios, incrementar el valor de las entradas y generar una serie de tendencias para convertir al fútbol en un “deporte cada vez más teatralizado” que tienda a ser exclusivamente televisivo: “un fútbol sin aficionados físicos, obviamente reduciría progresivamente la violencia”, asegura (p.90).

Finalmente, el letrado Jalil Ascary del Carmen Clemente aporta una mirada desde la sociología jurídica. El autor recupera una definición de Ovidio Fernández Martín para afirmar que la violencia deportiva debe tratarse como un problema cuya base es sociológica. Propone asimismo considerar que en el caso del fútbol “el público denota una participación activa como si fueran parte (…) de un club de fútbol, los conlleva a generar conductas como si estuviesen protegiendo a su propia familia” (p108). Ascary transcribe algunos artículos de la Ley General de Cultura Física y Deporte de México y ofrece una serie de estrategias “de cohesión social para prevenir la violencia” entre las que se incluyen un sistema controlado de venta de tickets y acceso al recinto, cuerpos de vigilancia capacitados para abordar siniestros, la instalación de un circuito cerrado de vigilancia y un sistema operativo de protección civil, a los que agrega el desarrollo por parte de los equipos de fútbol de cohesión social con los integrantes de los grupos aficionados, el fomento de discursos de paz y no violencia, del voluntariado y de la relación entre la comunidad deportiva y la sociedad.

En resumen, si bien el libro ofrece lecturas provenientes de diversos recorridos curriculares, sus diagnósticos y propuestas abren la posibilidad a un abordaje multidisciplinario. En relación a las propuestas, observo que buena parte de ellas enfrentan un dilema, que consiste en que quienes forman parte de las instituciones que deberían llevarlas adelante están involucrados en la problemática. Al menos en Argentina, no debe existir un solo partido político de masas que no sustente algunos segmentos de su base de poder (sobre todo en el plano comunal) sobre la relación con las “barras bravas”. Tampoco existe dirigencia de institución futbolística -como explican Segura M. Trejo y Levinsky en página 44- que no haya asumido a partir de un acuerdo con un sector de la hinchada. Son numerosas, además, las corporaciones y los actores que logran réditos económicos de la forma actual que posee el espectáculo futbolístico. Y tampoco podemos dejar afuera a los aficionados “independientes”, que si bien pueden despreciar la violencia se sienten orgullosos del poderío de su “tribuna”. Al respecto, y también en Argentina, fue paradigmático el reciente caso de la gestión de Javier Cantero en el Club Atlético Independiente, quien alcanzó la presidencia mediante un proyecto y una base de poder que se oponía a la “barra”, proyecto radicalmente abandonado por el resto de la dirigencia deportiva y política y, peor aún, por sus seguidores ante los resultados deportivos adversos.

De modo que vale la pena preguntarse, una vez más, ¿a quién y por qué le interesa desarticular la(s) violencia(s) en el fútbol? Desde mi punto de vista, si la respuesta consiste en lograr que un sector de hinchas “no violentos” (no físicamente violentos al menos) puedan disfrutar de un espectáculo “en paz” o “en familia” vamos por el camino equivocado, sencillamente porque considero que no se puede construir ningún tipo de comunidad a partir de una exclusión (en este caso la de los “barras”), y porque habiendo tantos actores involucrados ¿tiene sentido seguir enfocando la problemática en aquellos cuya violencia es física y mediatizada?

Si la planteáramos de otra manera y pusiéramos el foco en que un conjunto de individuos “precisan” (otros también eligen, hay que decir) dirimir su virilidad, su pertenencia, sus relaciones sociales y posiblemente su manutención económica a través de la violencia física y de arriesgar su vida, si recuperáramos la noción de habitus (Bourdieu) y la posibilidad de esquemas inconscientes que condicionan trayectorias; si intentáramos desarticular (y ya no “erradicar”) las condiciones que generan la violencia (y ya no “a los violentos”); si enfocáramos las herramientas legales no sólo en la prevención -como bien expresa Ascary- y la violencia física sino en la violencia económica o en la policial; si se regulara la situación de los representantes comerciales y de los adolescentes que se desempeñan profesionalmente, y se profundizara en la conexión del fútbol con el lavado de dinero, quizás, en el mediano plazo y en una intervención multidimensional, consigamos alguna transformación. Esto no implica, en absoluto, dejar de aplicar la ley en aquellos casos en los que hay delitos (ni las penalizaciones de la Asociación del Fútbol Argentino de manera pareja a todos los clubes), ni dejar de prevenir el armado de organizaciones delictivas.

Es posible, como expresa Candia en el libro, que una mirada tan amplia no genere ninguna solución concreta; y es posible que siga presente el dilema sobre quiénes deben llevarlo adelante, si estos son parte del problema. Pero antes de continuar con los mecanismos de control social (que en Argentina se profundizan desde hace 30 años con resultados nulos), al menos abandonemos la “indignación” ante el fenómeno (en oposición a lo que plantea Carlos Monsivais en las “Reflexiones”, en Argentina la indignación estuvo muy lejos de generar comprensión y sólo sirvió para presionar a la política y que éstos respondieran con medidas noticiables, de corto plazo e ineficientes). Quizá de esa manera podamos intentar alternativas de desarrollo colectivo, articuladas desde las políticas públicas.

Federico Czesli es Lic. en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Buenos Aires. Maestrando en Antropología en la Universidad Autónoma Metropolitana de México y vocal de la Asociación Civil Salvemos al Fútbol en Argentina.

[1] Esta, en rigor de verdad, es un retrato a cargo de Prigollini.