¿Por qué el perfil mercantil de las barras bravas causa tanto rechazo social?

Cuando el discurso socialmente hegemónico (aquel que difunden los medios de comunicación y tiene pregnancia en una gran mayoría de la sociedad) hace referencia a las barras bravas, sobresalen dos dimensiones negativas en las que se hace especial hincapié: el uso de la violencia y el perfil mercantil que poseen estos grupos.

 

Es fácil comprender el rechazo que generan las prácticas violentas, no sólo en el ámbito del fútbol sino en cualquier espacio de la vida social: vivimos en sociedades que apuestan a relacionarse y a resolver los conflictos de forma pacífica mediante el diálogo y la mediación institucional.

 

Sin embargo, es menos sencillo entender a priori por qué las prácticas económicas de las barras bravas generan un rechazo tan intenso y unánime tanto entre el público del fútbol como en los observadores ajenos a este universo. En el mundo actual en que vivimos, casi todos los objetos y las actividades poseen un valor económico, y ya casi ningún tipo de relación humana escapa al intercambio capitalista. Y el fútbol en particular es un universo que se encuentra fuertemente mercantilizado, donde pareciera ser que la obtención de dinero es el objetivo principal de casi todos los actores que participan en él. Nos preguntamos entonces, ¿cuáles son los motivos que hacen que exista una condena social tan marcada frente a las actividades con fines lucrativos de las barras bravas?

 

Existen dos primeras respuestas que pueden ayudar a pensar de dónde proviene ese rechazo a las actividades mercantiles de las hinchadas. La primera tiene que ver con el lugar no institucionalizado (y por lo tanto considerado ilegitimo para quien no pertenece a la hinchada) que tienen las barras en el mundo del fútbol. Todo el resto de los actores del fútbol ha debido atravesar procesos de selección para ocupar los lugares que ocupan. Tanto jugadores como entrenadores, dirigentes, árbitros y periodistas realizan carreras en las cuales la habilidad, el talento y la capacidad personal son los atributos que les permiten progresar e ir ocupando lugares de privilegio. Así, los jugadores que juegan en primera división y que obtienen altos sueldos son percibidos como poseedores legítimos de su retribución al haber atravesado las diferentes etapas de la carrera de futbolista. Lo mismo sucede con los dirigentes de los clubes, que han sido elegidos en un proceso democrático por los socios.

Así, todas las posiciones de prestigio del mundo del fútbol aparecen como resultado del mérito personal. Excepto la de los barrabravas. Al no ser la barra brava un grupo institucionalizado que se estructura mediante un orden meritocrático y que está abierto a cualquier persona que quiera participar, el hecho de que este grupo posea privilegios que otros hinchas no tienen despierta un sentimiento de injusticia y de bronca que se traduce en rechazo por parte de todos los no barrabravas.

 

La otra respuesta para entender el rechazo social que generan las barras debe buscarse en el fuerte componente afectivo que aún estructura como valor principal el universo del fútbol en nuestro país.

Desde hace ya algunas décadas, en el fútbol argentino ocurre que jugadores y entrenadores permanecen por lo general muy poco tiempo defendiendo los colores de un mismo club. Ante esta realidad, los hinchas aparecen, tal como señala Alabarces, como los únicos “guardianes de la identidad del club”. Así, el rol de los hinchas adquiere centralidad en el ritual del fútbol, y los valores de fidelidad, sacrificio y amor por el club son exaltados y reafirmados frente a al desapego mercantil que muestran los jugadores, siempre dispuestos a ponerse la camiseta del equipo que pague mejor.

De esta manera, el hincha es el único que no gana dinero con el club, e incluso invierte su propio dinero para demostrar el amor por su equipo. En un universo donde la lógica mercantil es la que prima, el hincha es el último reservorio de sentimiento no contaminado y no viciado por el negocio y el interés personal.

Los miembros de las barras bravas han transgredido esa postura al incorporar la dimensión utilitaria y mercantil al perfil del hincha abnegado y fervoroso. A partir de su militancia en el club, los barrabravas obtienen beneficios económicos personales mediante las relaciones que mantienen con dirigentes y jugadores, y a través de pequeñas actividades relacionadas al espectáculo futbolístico (estacionamiento, control de puestos de comida, etc.). Se genera así por parte de las barras una deshonra al sentimiento del hincha no barra, que invierte tiempo y dinero en su club. La barra mercantiliza el sentimiento puro que los hinchas tienen por sus equipos; un sentimiento que muchos hinchas perciben como una de las pocas cosas que escapan a la lógica perversa que marca el mercado.

 

Por Diego Murzi, Departamento de Investigaciones